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jueves, 23 de septiembre de 2010

Un día de agosto...


Un día de agosto, frío y lluvioso, descubrí que el ciprés calvo tenía las ramas cubiertas de yemas. Por el tamaño supuse que las habría comenzado a gestar breve tiempo después de que el viento otoñal soplara sus hojas. Se estaba alistando para una primavera inexorable.

Hace muchos años me dí cuenta de que cada mañana al despertar hago un check up de mi cuerpo y percibo mínimos deterioros. Pérdidas que se han ido añadiendo unas a otras, con el paso del tiempo, en forma subrepticia, sin que haya podido notarlas precisamente en el momento en que se produjeron.

He aprendido a convivir con estas sensaciones negativas pero no en el sentido de compartir armoniosamente la vida sino más bien en el de sostener una contienda incesante, donde salgo perdidosa. Tanto si me muestro preocupada como si hago de cuenta que no me importa, sé que voy perdiendo, que algo cuyo nombre es impreciso -la vida, el tiempo, la edad- me va ganando.

Me he preguntado muchas veces si los demás advierten esos cambios, si son notables desde afuera o si solo se revelan a la capacidad de percibirme a mí misma. No tengo respuesta pero cuando me encuentro con alguien conocido después de mucho tiempo de no verlo, siempre me parece que ha envejecido bastante.

Cuando me miro al espejo con detenimiento ya ni recuerdo cómo era mi rostro joven. Cuando lo veo en fotos, me duele haberlo perdido.

domingo, 12 de septiembre de 2010

TALLER LITERARIO Texto breve y guión


TALLER LITERARIO
Texto Breve
Cuento, Ensayo, Guión
A cargo de la Lic. Graciela Berchesi
Mis maestros:
Leandro Wolfson
Luisa Peluffo
Alicia Steimberg
Sandra Russo
Aída Bortnik
Juan José Campanella

Modalidad presencial o virtual
COMUNICATE AL 153-778-4202
Empezá en Septiembre

lunes, 6 de septiembre de 2010

SAFARI

Sonó el teléfono y Alicia se dirigió al cuarto para atender.
-Hola. Ah, Rogelio… ¿Cómo estás amor? Esperaba tu llamado. ¿A qué hora pasás? ¿Cómo? ¿Por qué? ¿Tu primo? ¿Qué primo? Ah, sí… Pero… ¿hoy tiene que ser? Yo ya me estaba arreglando para salir, Rogel… ¿Y si vamos con él a la fiesta? ¿Por qué no va a querer? Para nada… ¿Qué va a decir mi tía? Nada. ¿Qué va a decir? Yo le explico que un primo tuyo llegó hoy a Buenos Aires y no lo querés dejar en banda y le pregunto si lo podemos llevar a la fiesta… Mi tía no va a tener problemas, Rogel… ¿Qué? Pero, ¿por qué decís “no”? Bueno, bueno, en todo caso vos hoy estabas comprometido conmigo… Es una fiesta de mi familia, te iban a conocer… es muy importante para mí. ¿Cómo “qué pasa”? Yo te voy a decir lo que pasa, Rogel… Vos te asustaste a último momento. Y claro que me río… ¡Sos cagón, eh…! Dale, dale, pasá a buscarme a las once y media y listo. Vas a ver que la vas a pasar re-bien. Al rato de estar ni te vas a acordar de tu primo. ¿Cómo que no podés? A mí ya me está pareciendo que no querés… y que lo de tu primo es un cuento chino. ¿O es que no querés conocer a mi familia? ¿Qué te pasa Rogelio? ¿Qué te pasa, boludo? No, vos no me podés decir eso ahora. ¡Te vas a la mierda!
Alicia corta la comunicación y se sienta en el borde de la cama. Tiene la cara roja. Se toca con el envés de los dedos y mira la mano: hay gotas de transpiración mezcladas con gratitud de la base de maquillaje. Hace el amague de caminar hacia la puerta y el teléfono vuelve a sonar. Deja pasar tres timbrazos y luego se acerca y toma el auricular. Con la mano izquierda se saca la vincha de un tirón y su cabello cae en desorden sobre la cara.
-Hola –dice airada-. ¿Qué querés? No, no entiendo… Porque no quiero entender, por eso no entiendo. Vos hoy tenías que ir conmigo a la fiesta de mis tíos y toda mi familia sabe que íbamos a ir juntos. Después de tres años de salir, el señor se iba a dignar a presentarse. Y ahora resulta que no puede porque le llegaron parientes de España. Pero ¡qué pedazo de mierda! (Alicia grita) ¿Y cómo querés que me ponga? Mirá, vos venís conmigo a la fiesta o no me ves más. ¿Por qué va a ser? Porque no te quiero ver más… No. No quiero. No estoy loca. Vos sos el loco… y un loco bastante hijo de puta sos. ¿Cómo me llamás a esta hora con este verso? Mirá Rogelio: pensá qué querés hacer y llamame en cinco minutos. Yo estoy casi lista, aunque ya me amargaste la noche. Pensá y llamame.

Esta vez, después de colgar el tubo, Alicia se larga a llorar sentada en la cama. Con las manos se cubre el rostro y de repente se mira las palmas manchadas de pancake. Se levanta y sale para el baño. Se lava lentamente las manos y la cara. Vuelve al cuarto. Camina. Suena el teléfono.
-Sí, Rogelio, ¿qué decís?. No, no va a haber otra fiesta, ridículo… Me decís cualquiera. Porque no. ¿Eso pensaste? Estamos peor que antes. Esto sí que no me lo esperaba. Sos un turro. Porque sí, porque sos un turro. Me estuviste verseando tres años. No, no se trata de eso… Bueno, ¡basta! ¿Vas a venir a buscarme o no? Bueno, ¡reventá! Chau…

Alicia se levanta y va hasta el baño otra vez. Vuelve al cuarto, busca, toma la vincha de arriba de la cama y se la coloca mientras marcha a maquillarse. Cuando termina se mira al espejo buscando aprobación. Sonríe y afloran lágrimas a sus ojos. Las seca con cuidado y va al dormitorio. Busca los zapatos en el placard y se los pone. Eleva su estatura varios centímetros. Alisa la falda del vestido con las manos y abre otro sector del placard. Mete el brazo completo en el estante y de atrás de todo saca un sobre pequeño, de cuero marrón. Lo palpa, lo sopesa y lo mete en un compartimento solapado en la cartera. Por último, saca un abrigo de piel y se lo pone. Se mira al espejo por última vez, apaga la luz del cuarto y se dirige a la salida. Al pasar por la cocina toma un manojo de llaves del último cajón bajo la mesada. Lo guarda en el bolsillo del abrigo y sale.
Sube al auto. Toma la avenida que lleva al lugar de la fiesta. Enciende la radio. Hay música. De repente se interrumpe y aparece un flash de noticias. La voz del locutor dice: “En el barrio de Belgrano, en circunstancias no establecidas, una mujer baleó a un hombre. La policía evalúa el móvil pasional.”
Alicia sufre un sobresalto, su respiración se altera. Suspira fuerte. Tose. Teclea el receptor para cambiar de emisora. Vuelve la música. El semáforo rojo la obliga a detenerse. Cuando aparece el verde acerca el auto al cordón de la vereda y apaga el motor. Se pasa la mano por la frente y la retira húmeda. Busca un pañuelito de papel en la guantera. Respira hondo. Vuelve a encender el motor, arranca y cuando llega a la esquina –desconociendo toda norma- dobla en U. Acelera. Quince minutos después se encuentra a metros de la puerta del edificio donde vive Rogelio. Cabildo, entre Juramento y Mendoza.
Con el motor detenido y las luces apagadas, Alicia espera. La zona está muy iluminada: ella puede ver el movimiento de afuera y los vidrios oscuros la protegen de la mirada de los transeúntes. Una señora sale del edificio. Minutos después una pareja entra. Alicia reconoce al encargado, a metros de la puerta, conversando con su colega de la casa de al lado. Mete la mano en el bolsillo y toca las llaves. Saca el llavero. Lo mira: una plaquita metálica dice “Rogelio” en letras doradas. Lo vuelve a guardar. En seguida toma su cartera y saca el sobre de cuero marrón. Lo abre: adentro hay un revólver. Lo empuña y revisa el tambor: está cargado. El movimiento de sus manos deja ver destreza en el manejo del arma. Lo guarda sin la funda de cuero. Toma la cartera y baja.
Camina resuelta hacia la entrada y la traspone. Toma el ascensor y baja en el quinto piso. Se acerca al departamento D, saca la llave y la pone en la cerradura. Pone la oreja al lado de la puerta, no escucha ningún ruido. Hace girar la llave dos veces y abre.
La luz del living está apagada. La enciende y escucha movimientos en la habitación. Va directamente allí. En la cama está Rogelio y un muchacho muy delgado con el pelo largo tomado con una colita. Ambos están desnudos. Está encendida la TV. Hay un partido de football.
-Alicia, ¡¿qué carajo hacés acá?! –grita Rogelio levantándose de un salto-.
Sin pronunciar palabra, con el fondo del relator de football, Alicia le dispara dos veces, la primera al abdomen, la segunda a una pierna. El muchacho grita de dolor, cae de rodillas al piso y la mitad superior de su cuerpo queda sobre la cama boca abajo. Se toma la panza con ambas manos y Alicia ve como se le van llenando de sangre.
-Noo!! –grita el compañero de Rogelio-. ¿qué hiciste, loca de mierda?
Alicia le apunta con el arma y le pregunta:
-¿Vos sos el primo? –.
Rogelio se queja de dolor, mira su herida y se desmaya. Su cuerpo va cayendo al lado de la cama. La voz del relator dice “¡penal…! ¡penal para Banfield!” El compañero de Rogelio hace ademán de tirarse sobre Alicia y ella dispara nuevamente pero yerra y la bala se incrusta en la pared. El joven se acerca, intenta manotearle el revólver sin éxito. La toma de los brazos, la zamarrea y le pega una cachetada. Alicia trastabilla y cae al piso pero conserva el arma en la mano.
-No tengas miedo, mi amor… -dice el flaco agachándose al lado de Rogelio, que no lo escucha porque está desmayado-. Va a estar todo bien.
-¿Mi amor? –grita Alicia desde el piso-. ¿Qué amor? ¿Quién es tu amor, pedazo de mierda…? ¿qué amor? ¿Qué pasa acá?
-Mirá lo que hiciste, loca… Vas a ir presa. ¿A vos qué te importa qué amor? ¡andate de acá!
Alicia lo mira con odio y le apunta con el revólver a la cabeza:
-¡El que se va sos vos! Te vas ya. ¡Andate porque a vos te mato! –le grita-.
El flaco se mira: está desnudo. Camina dos pasos, manotea la colcha de la cama, se envuelve y sale.
Cuando Alicia se queda sola con Rogelio, que está inconciente, se acerca, se agacha y lo mira.
-Mentiroso hijo de puta –le dice-. Ojalá te mueras.

domingo, 5 de septiembre de 2010

SE PARÓ

-Se paró –dice él-.
Es un muchacho de 21, 22 años, vestido con jean, remera y zapatillas, que lleva una mochila cuyo formato cuadrado permite adivinar que oculta un paquete rígido. Por la actitud física del joven no parece cargar mucho peso.
Ella debe tener unos 45 o 50 años, está vestida con pollera larga tipo hindú y una blusa blanca con el canesú bordado en colores. Lleva sandalias. Después de detenerse el ascensor, continúa todavía unos segundos mirándose al espejo.
-Se paró el ascensor… ¡la puta madre! –repite el muchacho-.
-¡No me digas! –exclamó ella-. ¡Qué casualidad! ¡Vos lo paraste! Hacelo andar, gracioso… ¡No te acerques!
-¿Eeh? ¿Qué le pasa, doña? –responde él con una expresión entre sorprendida y despreciativa-.
-No soy ninguna doña. Y conozco este recurso. A una amiga le pasó –dice ella en tono sobrador-. ¿A ver?, aprieto acá y…
Toca el botón de alarma. La situación no cambia y ella se muestra enfurecida.
-¡Hacé andar el ascensor, pendejo! ¡A mí no me vas a joder!
-¡Pero doña…! El ascensor se descompuso, ¿qué culpa tengo yo? Estamos entre dos pisos –dice él contrariado, mientras aprieta reiteradamente el botón de alarma-.
La alarma suena y nada pasa. El rostro de ella expresa desconcierto. Rompe en llanto convulsivo, entremezclado con gritos agudos, como de miedo. Para de llorar de repente y vuelve a la carga:
-Yo ví un caso igual en la tele. No me vas a engañar tan fácil, mocoso de porquería. ¿qué es lo que te creés? Ustedes se creen que los grandes somos todos del campo… Pedazo de idiota…
El muchacho la mira con bronca por primera vez.
-Escuchame flaca… -dice con firmeza comenzando a tutearla-. Acà se rompió la máquina y encima el edificio es viejo y andá a saber si tiene encargado. Así que acabala con tu novela que estamos en el horno. Menos mal que por lo menos es enrejado, que no falta el aire…
Seguidamente, oprime otra vez el botón de alarma. Nadie responde. El chico grita:
-¡Ascensor! ¡Nos quedamos entre pisos…! ¡Ascensor! ¿Hay alguien? ¡Auxilio!
-¡Ay, Dios! –dice ella que parece no querer entender-. ¿Qué querés de mí? No tengo plata, vengo a la psicóloga del cuarto piso. No traigo nada de valor… ¿Cómo te llamás?
-¿Qué te importa? –responde el chico enojado-. ¿Primero me tratás de chorro y ahora querés saber cómo me llamo? Ya sé por qué venís a la psicóloga… Estás re del tomate vos. Mirás mucha tele, ¿no? Te comés el verso de los asaltos, boluda. Aníbal me llamo. ¿Y vos?
-En este país no se puede vivir más –dice ella como respuesta y vuelve a intentar un sollozo-. Mirá en qué situación me encuentro yo ahora: ¡encerrada con un pendejo, como mínimo guarango, en esta jaula…!
-Yo sí que estoy en problemas –argumenta el chico, señalando su mochila-. ¿Sabés lo que hay en esta caja?
-Ni me importa –responde ella despectivamente-.
-¡Morite! –cierra él-.
Aníbal vuelve a hacer sonar la alarma sin resultado. Se oye cerrar una puerta y luego pasos en el palier del piso inmediatamente superior.
-¡Eeh! ¡Oiga! ¡Vecino! ¡Estamos aquí en el ascensor…! ¿Puede llamar al portero?
-El portero no está a la tarde… Se va a las doce. Espere… -dice el vecino-.
Ella se coloca en el ángulo del ascensor y, torciendo la cabeza hacia arriba, puede ver al vecino que vuelve a entrar a su departamento. Minutos después, sale.
-Mire señor –dice el vecino en voz alta-. Lo único que puedo hacer es llamar a los bomberos. Le pregunté por teléfono al vecino del primero A, que es de la comisión. ¿Usted dónde iba?
-Voy a la oficina del quinto D, me están esperando… y la señora va al cuarto piso.
-Aah! ¿Hay una señora también? -pregunta el vecino-.
-Sí, señor… estoy aquí… encerrada… -dice ella con voz lamentosa-. ¡Ay, por Dios…! Oiga, señor… ¿No le puede avisar a la psicóloga del cuarto C que estoy aquí? Me llamo Amanda. ¡Porque me debe estar esperando!
Y en voz baja agrega:
-Me va a querer cobrar la hora todavía…
-Que llame a los bomberos a ver si nos sacan de acá –dice el muchacho-.
-¿Por qué no va abajo y llama a los dos lugares por el portero eléctrico? -le sugiere ella al vecino-.
-Bueno -responde el hombre-. Lo que pasa es que yo ya salía… Tengo una cita en veinte minutos y un viaje por delante. Pero bueno, aviso al cuarto C y al quinto D.
-No pierda tiempo, señor -grita Aníbal-. Llame directamente a los bomberos, ¡por favor! Hace como una hora que estamos acá… ni sé qué hora era cuando llegué, ¡la puta madre!
-¡Qué guarango! –critica ella-.
-¡Voy! -grita el vecino-.
Vuelve a entrar a su casa, luego sale y encara las escaleras hacia abajo. Se oye que baja del tercero. Antes de llegar al segundo, mira hacia el lugar del ascensor. Sólo alcanza a constatar la presencia de dos personas adentro. Cuando llega al segundo piso se detiene, mira para arriba y dice:
-Tengan paciencia, los bomberos están en camino. Le dije a mi señora que les alcance algo para tomar. No sé si podrá pasarlo por el enrejado, pero bueno… Yo tengo que irme. Mucha suerte.
-Gracias, gracias –dice Aníbal disponiéndose a esperar-.
Pasan dos o tres minutos en silencio.
-¿Qué era lo que tenías en ese paquete? –pregunta ella con tono amigable-.
-Ah! ¿Te empezó a importar? ¿Cuándo fue? –averigua él con sorna-.
-Para nada. Simplemente, se trata de hablar algo… -dice ella y se mira al espejo-.
-No estoy seguro –comenta el muchacho-. Pero me parece que es plata. Yo soy el cadete, no me dicen lo que llevo para que no ponga cara de “llevo guita” y avive a los chorros, pero… me parece que es guita. Dólares. Te lo digo porque total acá, aunque me quieras asaltar, no podés.
-No soy ladrona. Ladrón se nace. En mi familia no hay ladrones, por si querés saber…
-¿La verdad? No me importa. Pero mi abuelo dice que hay muchas maneras de ser ladrón…
-¿Qué querés decir? –pregunta ella en guardia-.
-Nada, te digo lo que dice mi abuelo –contesta el chico-.
-Y ¿qué diría tu sabio abuelo ahora?
-No sé… él siempre tiene una de esas preguntas que te dan vuelta.
-Yo también tengo preguntas. A ver… ¿Cuántos añitos tenés, Aníbal? –dice ella en un tono mucho más amigable-.
-Añitos, ninguno. Tengo 22 años.
-Un nene –opina ella, hasta despectivamente-.
-¿Un nene? Yo no diría eso… -afirma él-.
-Podría ser tu mamá –dice ella sonriendo-.
-Sí. O mi tía. O cualquier otro parentesco…–contesta Aníbal-.
-Pero no somos parientes –dice ella-.
-¿Y con eso? –pregunta Aníbal-.
-No, nada… Digo –dice ella-. No ser parientes nos autoriza a casi todo. ¿No te parece?
-Ah, creo que te entiendo –responde él aceptando rápido el viraje que ella parece proponer. Si no hubieras sido tan agresiva al principio… No sé…
-Me asusté mucho, tonto. Eso es lo que pasó –se disculpa ella-.
-Parecías una solterona amargada, una loca…
-A veces creo que estoy un poco loca, ¿sabés? Por eso vengo a la psicóloga.
-Mmm… Cuando entraste al ascensor yo ya estaba y pensé… “linda mina”. Ahí quedó. Minutos después pensaba completamente diferente: me habías tratado de chorro, de pendejo no sé qué… ¿Realmente tenías miedo que te asaltara?
-Claro, boludo… Pasan tantas cosas… Tenía miedo, ¿entendés?
-¿Y ahora? Ahora me parece que se te está yendo el miedito… ¿no? ¿Me equivoco? –dice Aníbal y con las últimas palabras estira la mano y le toca una teta-.
-Epa… ¡qué mano larga, chiquito! –se queja ella sin sacarle la mano-.
Aníbal la besa en la boca. Ella también lo besa y le acaricia la nuca. Él se desabrocha el pantalón y le levanta la pollera larga con ambas manos. Empieza a bajarle la bombacha y ella completa el movimiento. El se acomoda, la penetra y arranca a moverse. Ella se echa hacia atrás contra el enrejado del ascensor detenido y jadea con placer.
Desde lejos comienza a oirse la sirena de los bomberos.

NESTOR + JOVENES ¿Vos no querés venir? ¿Por qué?