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lunes, 8 de octubre de 2007

EPIGRAFE


"Días en que una palabra lejana se apodera de mí. Voy por esos días sonámbula y transparente..."
Alejandra Pizarnik
Árbol de Diana


Suelo experimentar la sensación de que una palabra me ronda. "Quiere ser escrita" advierto, sabiendo que difícilmente cejará. Normalmente ella proviene de un hecho que se abre paso desde los primeros años de mi vida.

Vale aclarar que esos que llamo "primeros años" se alargan con el paso de los últimos. Mientras tuve cuarenta... y más, los únicos generadores de mis intentos literarios eran episodios vividos por mí hasta los siete. Hoy, cerca de los sesenta, se ha ampliado el ingreso y me está permitido iniciar historias con recuerdos provenientes de hasta los catorce o quince... Es imaginable, por lo tanto, que me sucede cada vez con mayor asiduidad. Quizá es por esto que día a día me acomete la idea de que escribir debería ser mi oficio.

Ocurre siempre igual: la palabra aparece sola, inofensiva, sin el mínimo respaldo siquiera de una anécdota... Ni hablar de fantasías y mucho menos de ficciones que pudieran sospecharse sus parientes. Eso sí: porta un bolsito, usualmente marrón, que contiene lo que llamaré "sentires" y catalogaré de diferente forma. Los hay básicos, muy sencillos aunque infaltables para mí, como olores, sabores o imágenes... y otros más complejos que por lo común acarrean emociones, cuyo manejo me da trabajo. Es común que mi intelecto, prejuicioso y por demás estructurado, quiera inspeccionarlas; y también es frecuente que no sepa distinguir entre asuntos tan diferentes como el miedo y la ira, por lo cual todo se tornará difícil.

Volviendo a la palabra, al principio parece que acepta todas las condiciones que le imponga, con tal de ingresar a mi mundo cotidiano. Trae un plan y quiere quedarse para cumplirlo. Eso la hace dócil, simpática, fácilmente recordable y hasta servicial. Muestra que puede mezclarse con frases musicales porque descuenta que me agradan las canciones. Lo hace con gracia, debo reconocerlo. En ese tiempo me muevo por la casa como conducido por un ritmo distinto, que levanta mi estima y me recuerda a las sensaciones que tengo cuando bebo alcohol o cuando bailo. La mente cede espacios, corre cortinas oscuras, deja entrar nuevas luces, prueba nuevos recursos. Sin llegar a festejar, casi no censura...

Crisálida lanzada, la palabra recorre febrilmente su camino, aunque no me dé cuenta. Sólo percibo lo que quiere mostrarme mientras avanza por mi territorio, casi sin apoyos. Un día -que a veces es apenas el segundo o tercero después de la irrupción- comprendo que ha hallado alianzas en los sucesos que protagonicé. Un sueño como mínimo, cuando no un intercambio con alguien o, simplemente, una escena que presencié en plena calle, le dio suficiente aire para presentarse oficialmente. Cuando esto ocurre pierde toda su modestia, se viste con lo mejor que tiene y aparece desfachatadamente acompañada.

El clima de mis días posteriores es inestable. Obediente, busco el momento del apasionado coito que nos llevará a ambos a perdernos en el rumbo que ella trajo. Soy su amante por varias horas. La escribo en mis hojas con fruición, la muerdo y poseo sus matices e inflexiones como si fuera la primera vez. La aplasto contra los papeles y le hago darme todo lo que contiene, obligándola si es necesario. Ella no es menos imperativa: no me deja ir hasta que la exploro exhaustivamente y sólo me larga cuando no tengo más nada que decir de ella; y antes de llegar a ese momento me dispara -sin error- una situación que yo conocía pero había olvidado, en la que tuvo un papel determinante. Su precisión seduce a mi mente que se rinde y entonces, en un alocado "menage a trois", gastamos lo que queda.

Si duermo, cuando despierto está esperándome. Se diría que me vigila. Los papeles manoseados indican que no durmió y que por el contrario se revolcó -incansable- durante mi sueño. Sé que su proceder altera mi descanso pero no puedo evitarlo y, a veces, me parece que no quiero. A esa altura yo también estoy enloquecido por ella y repaso sin límite la anécdota que trajo, para ver si encuentro los giros buenos para hilvanarla… Corrijo, remiendo y le canto en voz alta cada línea, buscando su aprobación.

Quiere quedar como una estrella. Quiere que alguien recorra su propuesta y resulte seducido, porque eso es lo que considera un éxito mayor. Cree que es el único modo de incursionar en las ideas de quien lea, y así repetir su hazaña indefinidamente. Le importa dejar claro que ha sido su virtud hacer pasar la belleza por un hecho vulgar y transformarlo. No le importa esperar... no desespera. Se manifiesta como puro aire.

Sé que al retirarse ufana -como antes otras- quedaré descansado, equilibrado. Con la pasión satisfecha una vez más. Escapado de nuevo del vacío. Del miedo a no ser elegido alguna vez... y que las musas me esterilicen con su ausencia.

Graciela Berchesi

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