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lunes, 29 de octubre de 2007

PLAN DE FUEGO



Se propone hacer asado y parece que improvisa. La verdad es que se preparó, como tantas veces, desde la noche anterior, pensando con qué sorprenderlos, qué novedad aportar a este rito de asar para las mismas personas, por años. Por momentos le asalta la idea de que lo hace exclusivamente para su satisfacción. Pero no puede negar una llamada de las entrañas que le ordena servir. Y entonces, sirve. Otra, no menos atendible, indica cocinar como se estila en su tierra. Entonces, asa.

Frente al refrigerador recorre paquetes buscando los cortes de carne que empleará. Tiene una idea, pero mirar la heladera parece obligarlo a definir. Le asaltan dudas. ¿Pondrá al fuego todo lo que compró? Demora porque la imagen de ella se reitera en cada lugar donde sus ojos miran. Y esa pregunta, que parece cuestionar sus decisiones, se extiende a este tiempo que todavía comparten parcialmente.

Siempre el miedo a que falte comida. Tantas veces sobró...! Ni hablar de si queda se come fría, despreciable premio consuelo. Finalmente lleva todo lo que tiene para decidir más adelante, en el momento de salar. Se recrimina perder el tiempo. Hay que hacer el fuego todavía.

¿Vendrá hoy? ¿Vendrá ella hoy? Los últimos almuerzos en el campo estuvieron marcados por este interrogante. Conocer la respuesta significó bastante más que la calidad resultante del asador. La mirada alejada, dirigida a la tranquera, más de una vez lo llevó a despreocuparse por el famoso punto de la carne, que le diera tanto prestigio entre los invitados del domingo.

El asado es el fuego. Se presenta esta idea como todas las veces y repasa las numerosas extrapolaciones a distintos asuntos de la vida que tiene por indiscutibles. El sexo es a la pareja lo que el fuego al asado. La conducta de los grandes es a la de los jóvenes... lo mismo. En cualquier desarrollo humano, primero lo corporal. En el arte si no tenés maestro, creás para que aplaudan tus tías y eso no sirve. Aplica una suerte de “mínimo común múltiplo” y resume: el sexo, la conducta de los grandes, el cuerpo, los maestros... Claves, verdaderas claves.

En la parte de abajo de la parrilla tiene maderas para iniciar el ritual. Irrumpe una pregunta: ¿Cómo empezó lo de ellos? Fue en el café, a la salida del cine. Cumplía en llevar a Fanny a ver un estreno, como cada mes. Había colocado la silla de ruedas ante la mesa y el mozo todavía no se acercaba. Entró ella con la amiga. La vio y consideró su modo de andar. Ese desplazamiento, tan elegante, parecía estar dirigido a que él lo viese. Y sólo él. La pretendida exclusividad de los varones presiona -por instinto- ante algo importante. Las dos dieron una vuelta inexplicable y terminaron sentándose a la mesa de al lado.

A la derecha, hojas de diario y ramitas finas. A la izquierda, pequeños troncos completamente secos. Afuera, la bolsa de carbón. Se pregunta –como cada vez- si asará sólo con madera o echará carbón al fuego. Otro momento de la verdad. En su cabeza dialogan los argumentos de siempre: que cuánto tiempo tiene, que si cabe hacer esperar lo que demora cocinar con leña, que si les habrán dado algo de comer a los más chicos. Mejor poner un poco de carbón y acelerar el trámite. Imagina un asado futuro, un costillar entero -o hasta un lechón- puesto en la cruz y cocinado al asador, sólo con madera. Pero ahora elige tener todo listo antes y el carbón garantiza que en un rato estará llamando a comer.

Recuerda que pensaba excusas para hablarle, hasta que descubrió el diario en la mesa de ella y entonces, sin otro argumento, se inclinó y amablemente dijo:

-Me lo permitís?

Ella lo vió por primera vez y miró de un modo que a él le alcanzó para continuar:

-Aunque a esta hora el diario de la mañana ya fue.

-Sonará a viejo, - dijo ella desenvuelta, sin querer brillar. Se llevó un cigarro a la boca y como en un juego de prestidigitación apareció el encendedor entre los dedos de él que se puso de pie para darle fuego. El encuentro, inexistente un instante antes, parecía haberse transformado súbitamente en alguna clase de reunión: todos miran a la cara de los otros como reconociéndose, a excepción de Fanny y ella que se ignoran.

Cuando aparecen las primeras llamas siente que va ganando. Se le ocurre que la presencia de velas en tantos rituales humanos representa un reconocimiento al fuego. Lo máximo. Como otras veces, imagina la vida humana sin él y le vuelve a parecer imposible. Cada vez que hace fuego para asar -y no frente a la hornalla de gas- pasa de nuevo por pensar que cocinar fue el gran salto de la especie. Le provoca una sonrisa repetir preguntas que huellan su mente y cuya respuesta no le interesa. ¿Quién habrá combinado por primera vez el ajo con el perejil?, ó ¿Cuánto tiempo los humanos habrán comido sin sal?

En el segundo encuentro, días después, ella le comentaría que la descolocó cuando se animó a hablarle. A la semana siguiente le diría que lo vio grande –con canas- y lo supuso cauteloso, además de comprometido con la mujer a quien conducía. Agregaría que todo le pareció acelerado, pero que aceptó ese ritmo.

Pone carbón sobre las llamas, ayudándose con la bolsa en la que viene envasado. En un punto tiene que apoyarla en el piso y extraer con la mano pedazos más pequeños que, de no hacerlo, caerían de cualquier forma. Se mira las manos: no trajo consigo un repasador. Abandona la bolsa y va hacia la casa. En el camino se lava en la canilla del patio, aunque sabe que volverá a ensuciarse porque falta poner parte del carbón. Termina de secarse las manos pasándolas instintivamente por los costados del jean que lleva puesto.

Fanny se mostró molesta. Hacía varios años que compartían esas salidas al cine y esa noche no encontró eco para sus comentarios. Aún así, un par de veces dijo algo, pero él sólo le ofreció un segundo café. Como jamás repetía, comprendió que definitivamente no contaba con su atención y pidió irse.

Se critica -y a su impulsividad- por hacer todo en forma entrecortada. Tener siempre entre manos dos o tres cosas lo pone mal. Le falta orden, siempre lo mismo. Reflexiona sobre la posibilidad de cambiar hábitos a su edad. ¿Habrá tiempo? Encuentra el repasador y lo sujeta a la cintura por una punta como hacía su padre: entrar a la cocina y ajustar un repasador a su cintura era una sola cosa... Como para él hacer lo mismo y recordarlo.

Parado nuevamente frente a la parrilla comprueba que todos los trozos de carbón han sido tocados por las llamas aunque todavía no se pueda hablar de brasas. Agrega lo que faltaba y apantalla con restos de un diario doblado. Le produce cierto placer ver cómo se elevan las pequeñas lenguas llameantes, tranquilas, rojas. El fuego contesta su mensaje de aire y parece calmado, seguro de que cada uno de esos carbones le pertenecerá en breve. El fuego tiene su propio plan.

Salieron tres o cuatro meses antes de que le presentara al grupo. A ella la tranquilizó saber cuál era el parentesco que lo unía a Fanny, pero siguió pensando que estaba casado, porque nunca la llamaba en domingo. Por su parte, él atesoraba esos vínculos añosos y sentía miedo de introducirla. Sería como reconocer ante el grupo que ya no estaba solo cuando esa condición le había jugado a favor, aumentando su atractivo y hasta cierto liderazgo del que gozaba. Sabía que con ella al lado experimentaría un equilibrio conocido, que necesitaba imperiosamente hoy, y que tenía un costo: generaría controversia con aquel costado solitario de su personalidad, tan seductor.

Elige los cortes y sala. Cuenta más o menos medio kilo para cada persona y un poco más por las dudas (¿qué dudas?). Si ya sabe cuántos son, qué prefiere cada uno, quién come únicamente pollo, quién no prueba el cerdo, quién come la carne reseca y quién casi cruda. Conoce bien a los de esta mesa: los que festejan, los indiferentes, los que se suman y los que comen solos –como los animales- aún en medio de una ruidosa celebración.

Sin embargo, siempre que separa estos trozos de carne el desafío es acertar. Tener lo que cada uno prefiera ese día y servírselo en el momento justo.

Al mes tuvo un viaje que lo alejó de la ciudad por pocos días. La extrañó: no llamó por teléfono desde afuera porque ¿qué podía decirle en dos o tres minutos? No deseaba revelar sus sentimientos, al menos no tan temprano como otras veces.

Se va un ratito porque, si se queda, toquetea el fuego con un palo, agrega ramas innecesarias o lo revuelve y lo retrasa. Es incapaz de permanecer quieto frente a algo que tenga que ver con cocinar. Coloca su silla en un lugar desde donde puede ver todo el parque. “Nada más fresco que la sombra”, piensa.

A su vuelta, ella estaba en el aeropuerto. Tomaron café y se besaron mucho. Ella le contó que como lo extrañaba, decidió llamarlo al celular sin saber que él se lo había dejado a Fanny. Sorprendida al reconocer la voz de la tía, atinó sin embargo a invitarla para ir a recibirlo: un subterfugio para conseguir los datos del regreso, que no tenía. A último momento la mujer la había llamado para excusarse y...

Cuando regresa, el fuego está listo. Manda rojo vivo. Parece apurarlo, como si supiera de la calidad de lo que ofrece y de su duración limitada. Sin hacerse esperar, acomoda paladas de brasas en el piso de la parrilla y con un palo distribuye el fuego, verdadero cocinero. Entonces, con un pedazo de grasa que antes apartó, frota los hierros para limpiarlos y disponerlos a recibir la carne con alegría. Finalmente ubica cada corte según el tiempo que tarda en cocerse.

Con el asado en viaje, la sensación de ocupación febril vira a comienzo de fiesta: es el momento de procurarse algo para beber. A solas todavía, copa en mano, convoca al espíritu de la celebración y brinda con él. Roza el lugar del corazón con la copa, como en una amorosa liturgia que acaba en los labios. Mira al frente y en la tranquera se dibuja el perfil de un automóvil. Es ella. Ya llegó y todo está en marcha.

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