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lunes, 29 de octubre de 2007

FUERA DE BORDA




Pasó el pancito por el plato hasta dejarlo limpio. Cuando levantó las últimas líneas de tuco pensó: para los ravioles no hay como un estofadito de pollo... Y enseguida recordó el tiempo en que los jueves iba con el viejo a ese bolichón de la calle Chile, cerca de la comisaría...! El mozo los conocía. Cuando entraban les hacía una seña y si no había cambios, ya gritaba el litro de tinto de la casa, la soda, y el estofado de pollo con ravioles... El viejo gozaba tanto de esos almuerzos...!

-La empresa paga pero elige el postre... –decía. Y se cagaban de la risa de todo.

Charlaban de fulbo, del trabajo... De cine, poco. Al viejo le gustaban las argentinas y en ese tiempo él andaba en la onda del cine europeo. Había descubierto tarde la nouvelle vague, Truffaut... Los italianos, Antonioni... Quería entender a Fellini. Despuntaba Almodóvar... genial! A veces iba hasta tres veces en la semana. Para el viejo el cine era un entretenimiento, llamaba “cintas” a las películas y lo importante era acordarse los nombres de los actores. Sin embargo Julián le contaba lo que le provocaba ver cine y sentía que Don Julio podía compartirlo...

En ese entonces trabajaban juntos. Como sus dos hermanos mayores, había empezado a laburar en la gestoría del viejo. Después la conoció a Matilde y, a poco de noviar, el padre de ella lo hizo nombrar en el ministerio. El viejo le dijo que ni lo pensara, que era una oportunidad. Era lógico que entrara en la categoría más baja, pero el sueldo resultaba el doble de lo que ganaba ahora. ¿Qué iba a esperar...? Lo alentó. Lo que no dijo -quizá no lo sabía- es que en ese punto terminaba su primera juventud... Que aquellos almuerzos de una vez a la semana, entre amigos y con sabor a fiesta, serían reemplazados por cinco iguales, de lunes a viernes, con aliento a soledad.

A los tres, cuatro años, cuando se casó, las cosas con Matilde ya no estaban tan bien. Empeoraron. Ella quedó embarazada en seguida y él no quería que lo tenga. Pobre Fito... Sí, pobre Fito ahora... Pero en aquel entonces él sospechaba que cuando llegara el chico, que todavía no era Fito, las cosas se iban a podrir más. Cuando la madre de Matilde se enteró del embarazo, se rayó. Por poco no se viene a vivir con ellos. Caía a cualquier hora, llena de regalos pelotudos. La empezó a odiar. Matilde se daba cuenta y lo peleaba... Primero cuando la madre se iba y después, como siempre estaba, lo peleaba delante de ella. Un caos. Empezó a irse él.

Volvía tarde. A la salida del laburo se enganchaba con grupos de compañeros que iban a tomar algo. Tragos... Había minas, las que laburaban ahí. La pasaban bien... Hablaba mal de la mujer y siempre alguna le daba calce. Lo querían consolar las muy putas. De última se rajaba al cine, pero últimamente iba poco. No era como antes.

Durante todo el embarazo casi no la tocó a Matilde. Minas no le faltaron, pero además ella estaba en otra. No quería salir casi. Apenas cocinaba y sólo compraba cosas para la casa y para el bebé... A él poca bola le daba. Si le conversaba un tema, no se prendía... Al cine no, porque no quería salir de noche. Que la acompañe al médico... Eso sí, no le gustaba ir con la madre y menos sola. A veces lloraba y si le preguntaba algo decía que era porque se veía fea, que estaba gorda... Boludeces...

Cuando faltaba poco para que nazca el nene, una mina de las del bar le movió el piso. Quizá porque era rubia y el viejo siempre le decía que las rubias te hacen ver el cielo... La cosa que la rubia dijo que el marido tenía una lancha amarrada en Olivos y, en medio de una joda, invitó a conocerla. Casi nadie se prendió. Dos flacos los acompañaron hasta Retiro pero no alcanzaron a subir al tren. Dijeron “hasta mañana” y piraron.

Llegaron los dos solos. La lancha era un despelote. Tenía un camarote con una catrera impresionante y una salita donde estaba el bar, bien surtido. Ella se apresuró a ofrecerle un trago de bienvenida. Julián nunca había estado a bordo y le encantó. La rubia le contó que el marido viajaba a Córdoba por laburo, de martes a jueves. Le dijo que si quería se podían quedar a dormir esa noche. No podía. La jermu estaba con el bombo... No daba.

La rubia se la bancó pero a la semana siguiente invitó de vuelta y esta vez fue él quien les pidió a los cumpas que no agarren. Llamó a Matilde a la hora de la salida y le dijo que se había muerto la mujer del gerente. Cualquiera...
- La mano viene de aguante, - mintió - salimos para el velorio. Pedile a tu vieja que se venga a quedar... Chau, un beso... En cuanto pueda, zafo y voy para casa.

Ni le gustó, ni le creyó del todo... No era boluda Matilde... Sabía que se estaban yendo al carajo. Pero ella estaba embarazada y lo de la madre le gustó... La llamó e invitó también al padre.

Fueron, por supuesto. La hija aniñada por el embarazo y el marido enganchado en la desgracia ajena que dejaba el campo libre... Viva la Pepa. Dueños de la situación, aprovecharon esa noche para proponerle que se fueran a vivir con ellos. Ya estaban grandes... Vivían solos... Iba a llegar el nieto...
-¿Para qué seguir tirando plata en un alquiler...?, -le dijeron. –Si al final la casa va a quedar para vos...

“Si la casa al final iba a quedar para ella...”, repasó. La frase resultó eficaz. Se copó de una manera increíble... De inmediato el departamento le empezó a parecer feo y antes de la mañana siguiente hasta descolgó dos cuadritos del dormitorio.

Julián volvió a las siete de la mañana. Con el tiempo justo para bañarse, cambiarse de ropa y salir a trabajar. Mientras se duchaba, ella entró en el baño. Lo que nunca... con un mate... más raro todavía. Empezó a hablarle del otro lado de la cortina. Por eso no vió la cara que puso él cuando le transmitió “la idea de papá”. Aún enjabonado, desde atrás de la cortina, dijo:
-Pero Mati, esta es nuestra casa...
Y ella:
-Nuestra no es... Nosotros vivimos acá, pero no es de nosotros la casa. Mi papá piensa que...
Julián había comenzado a enjuagarse. Le entró agua en la boca y escupió antes de interrumpir:
-Pero Matilde, nosotros elegimos este departamento porque nos copó, te acordás...? Tenemos la piecita para el pibe... ¿Por qué nos vamos a ir de acá? Yo no me quiero ir de acá. ¿Vos sos loca? ¿Qué tiene de malo este departamento? ¿Qué le falta...? Nosotros vivimos acá y tus viejos en su casa... Y así está todo bien... ¿Cuál es ahora?
-Dejame que te explique la idea de mi papá... Es bárbara. Mirá... él dice que nos dejan toda la parte del frente a nosotros y ellos se acondicionan la parte de atrás de la casa. El chico va a tener jardín, va a poder salir a la vereda, entendés? Acá dónde va a ir? Va a pasear en ascensor el chico? Mi papá pensó bien... Y mi mamá...

Con movimientos enérgicos, Julián retiraba el excedente de agua de sus brazos y piernas. Todavía detrás de la cortina, interrumpió con firmeza:
-Yo no me mudo. No quiero que nos mudemos, no quiero que mi pibe viva en la casa de tu viejo porque va a ser “mi” pibe, ¿entendés? No tiene nada que ver. Bueno, ahora tengo que salir rajando, cuando vengo a la noche hablamos, Matilde... Traéme otro mate, dale...

Las prendas que se había sacado estaban tiradas sobre el canasto de la ropa sucia. Caminando hacia la puerta, con la mirada perdida, acalorada por el vapor del baño y por la recepción frustrante que él diera a su planteo, tomó la camisa y vio las manchas en el cuello. No pudo decir nada. Una avalancha de datos se desmoronó dentro de su cabeza y, en forma automática, volvió la mirada hacia donde estaba él en el mismo momento que, de un tirón, Julián abrió la cortina de plástico con pececitos, que sirvió de telón a la triste representación de su escasa experiencia en trampas. Cuello y espalda exhibían las huellas del combate con la rubia que no había tenido ni vencedores ni vencidos.


Ese día Julián Rodríguez no fue a la oficina. Se quedó porque la señora, que está embarazada, no se sintió bien. Avisó un poco tarde, pero igual le pusieron “ausente con aviso”, para que la falta no pase a descuento. Al mes siguiente se mudó a vivir con los suegros porque ya están grandes, ¿viste? Aparte, para el pibe mejor un barrio de casas bajas... Va a poder jugar en la vereda... Más tranquilidad... ¡con las cosas que están pasando...!

Ya hace casi dos años de eso. Sigue trabajando en el ministerio y tuvo un ascenso importante hace como seis meses, o poco más. Lo que lo jodió fue que al viejo le dio un derrame cerebral y quedó mal, viste? Los sábados se va a lo de los padres, come con ellos, le ayuda a la madre a sacarlo un poco al hombre a dar una vuelta... Como ahora tiene auto... Le trae al nene, que ya camina... Todas las veces no, porque al viejo le da por llorar cuando lo ve.
- Está muy sensible, el doctor dice que es normal después de lo que tuvo, -le explicó la vieja.

El último sábado Julián trajo una película argentina de los años cuarenta. Al principio parecía que el viejo ni miraba -hay ratos que está ausente- pero cuando Libertad Lamarque empezó a cantar, miró. Se ve que el sonido lo atrajo... Las lágrimas afloraron de nuevo. La vieja miró al muchacho y él también lagrimeaba... Es lógico. Ver al padre así es triste para cualquiera, habrá pensado. Y más tarde se lo dijo a la vecina:

-Llora porque casi no puede hablar, pobre. Julián le cuenta sus cosas y a gatas logra hacerlo sonreír un poco. Le muestra fotos de la revista de náutica que compra porque al Julián hace un tiempo le dio como una locura por las lanchas.

El bolichón de la calle Chile, cerca de la comisaría, cerró. Pero la clave de unos buenos ravioles sigue siendo el estofado de pollo. Empujó el plato vacío sobre la barra donde una veintena de hombres jóvenes trajeados y encorbatados, apuran – codo a codo- su almuerzo. La cinta mecánica retira el plato de su vista, llevándolo hacia lo desconocido.

Frente a los postres, no pudo elegir.

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